Fallece vecina en situación de calle en Ancud: conoce parte de su historia
Un tumor incurable y el consumo de alcohol, que la acompañó por casi 30 años, provocaron el deceso de Bernarda durante la madrugada.
Finalmente falleció, tras una falla multisistémica, Bernarda Ruíz Sánchez (42 años) luego de estar más de dos semanas internada en el Hospital San Carlos de Ancud por molestias vinculadas a un tumor abdominal terminal. Sus restos estan siendo velados en la Iglesia Evangélica Universal ubicada en Costanera Norte s/n de la población Bonilla, mientras que sus funerales serán mañana 5 de enero.
Acá, en un desgarrador y crudo relato al que tuvo acceso La Opinión de Chiloé, Bernarda se confesó de manera franca y directa en un profundo trabajo etnográfico de Nancy Márquez, de la Universidad Católica de Temuco.
Parte del relato lo transcribimos de manera parcial, sin mencionar algunos duros y tristes secretos de su vida en la calle. Es su testimonio, no las de un tercero o de personas que creen haberla conocido.
Sobre el alcohol
"Mi primer trago lo tomé como a las 11 años (…) mi mamá se enojaba porque mi viejo moría de borracho entonces no quería que sigamos ese camino (...) y ahí seguí con los amigos del barrio que vivían cerca de mi casa. Al principio era piola sí, pero después, cuando dejé la escuela me vino fuerte el vicio, tomaba todos los días por la noche".
"A pesar de todos sus consejos [de su madre] mi hermano Checho y yo terminamos aquí".
La calle
“Eso fue de a poco, comencé a quedarme en casa de amigos o en las sedes sociales, y cada vez que tomaba mi vieja mi pintaba los monos, entonces prefería quedarme en otro lugar, con los cabros por ahí (…). Me fui yendo de mi casa de a poco hasta que un día me vi aquí en la calle, durmiendo con los perros y con otros borrachos”.
“Me acuerdo que muchas veces traté de volver a la casa pero ya no me sentía bien, necesitaba la calle tal como un perro necesita vagar (...) yo era igual (…) no podía estar en el mismo sitio o bajo un techo, me ahogaba y me volvía loca”.
“Yo ponía mi colchón en alguna esquina y ahí iban los otros y me lo sacaban, o lo mojaban, o lo dejaban lleno de cochinás, y yo llegaba en la noche a dormir y estaba lleno de perros callejeros mi colchón y me daba rabia. Pero ahí mismo iba a pelear y a encarar a esos bichos para que aprendieran a respetarme y ahí de a poco fueron cachando que no me presto para el hueveo. Además, Venegas [quien fue su pareja] como ya me cachaba un poco me defendía, hasta que nos pusimos a vivir al tiempito corto después, un día se fue quedando y quedando, hasta que ya no salió ni con los pacos. De ahí fue más fácil, ya no me hueviaban los de la calle, sólo los de los colectivos y otros viejos rancios que pasaban cerca de mi colchón”.
Sus hijos
Bernarda menciona a dos hijos, David y Jaime, que quedaron al cuidado de la abuela. La relación con ellos comenzó a quebrarse en la infancia, y debido al alcoholismo, la mamá de Bernarda solicitó la custodia en el Juzgado de Familia; al respecto, ella señaló que se sintió contrariada y traicionada, aunque luego reconoce: "ya caché que fue para mejor".
La relación con ellos era escasa, y acotó que quizás sería porque ellos sentían vergüenza cuando entraban en la adolescencia, aunque nunca ha dejado de expresar que está muy orgullosa de ellos. En la entrevista mencionó un hecho que nunca olvidó donde fue protagonista su hijo mayor: "una vez me puse contenta [porque] me vino a presentar a una polola, eso me dió gusto porque demuestra que aún tiene respeto por su madre".
Su espacio
“No puedo decir que soy mujer de lavar la loza, porque aquí no tengo lavaplato ni escoba. Pero sí te voy a decir que me preocupo de mi espacio, siempre mi colchón está limpio, y le cambio de sábanas todas las semanas. Lavo la ropa en la Copec y me ducho día por medio en la casa de mi vieja, tengo mi ropa guardada por hartos negocios".
"Siempre he sido buena para la pilcha entonces tengo harta ropa y en bolsas por todos lados. Para mí esta esquina es mi casa, por eso la mantengo limpia, no tengo cocina sí, pero comemos en el Hogar de Cristo y a veces ando tan borrá que ni me acuerdo de mandarle algo al buche”.
La cotidianidad, la relación con los ancuditanos
"Tengo amigas, las que me dan monedas y me regalan ropa, las que me dan consejos y a las que les cuento mis cosas. (...) Las mujeres de la calle son muy malas, gana siempre la más chora, por eso se le ve a una a la junta de puros hombres, porque entre las mujeres no se da nada de amistad, ni compañerismo, por eso aquí la más chora soy yo".
"Todas las personas que nos tienen buena onda nos regalan cosas pero a veces también me preguntan si quiero ganarme un pololito, y ahí estoy yo poh, les digo altiro que sí, si toda la plata sirve, no voy a decir que no, si floja no he sido nunca".
Rehabilitación y el fallecimiento de su pareja
“Nadie quiere verte aquí, hay gente que pasa a darte consejo para que una salga de este mundo y de verdad uno la piensa, pero esta forma de vida es más fuerte”.
"Nos llevaron con Venegas en una ambulancia a ese hospital [Achao], al principio nosotros queríamos por que nos decían que nos iban a regalar comida, cama y unos remedios para que dejáramos de tomar, pero al otro día me dio toda la hueá porque me tenían dopada para que no me dieran ganas de tomar, a los pocos días temblaba entera no podía ni pararme, entonces me dió mi loco, boté todas las cosas, me saqué todas las agujas y me hice pedazos lo brazos".
"Al final me trajeron de vuelta y aquí estoy en el mismo colchón de siempre. A los días después llegó Venegas, haciéndose el hueón que según me echaba de menos (...) [cuando murió] la gente me decía que no lo quería de verdad porque me busqué altiro otro, pero es para no estar sola, no ves que la vida de la calle es muy difícil y si la ven a una sin hombre todos te huevean, hasta te pueden matar, porque una necesita alguien que te defienda”.
"Necesitaba vagar, necesitaba la calle y tomarme un copete, y como no resultó, dije nada más, nunca más, esta es mi vida y así me voy a quedar hasta que me toque morirme”.